lunes, 28 de enero de 2013


LA SEÑORITA (IM)PERFECTA

Siempre se había considerado a sí misma una persona curiosa. Curiosa y, por consiguiente, observadora. Quizás la imagen que reflejaba y que los demás percibían de ella no era de curiosidad, sino más bien de introversión y apatía. Pero ella no se consideraba apática, más bien lo contrario, le inquietaba la vida. Concretamente, sentía una profunda curiosidad por las vidas de los demás. Y no porque su vida fuera aburrida y carente de sentido, que va; le encantaba su vida y, tal vez por eso, tendía a imaginar cómo serían las vidas de los demás. “¿Disfrutarían tanto de la vida como la hacía ella o vivirían una amarga existencia?”. Sin saber por qué, tendía a pensar que las vidas de los demás eran tristes. Y es que se le daba muy bien leer las caras, o al menos eso pensaba, y lo que reflejaban esas caras era apatía…

Paradójicamente, los demás podían pensar que la apática era ella cuando se quedaba absorta observando las caras de sus compañeros de tren durante los largos trayectos hacia su lugar de trabajo. Cada mañana, elegía a una nueva víctima, a la que observaba largo y tendido y de la que inventaba una vida triste y aburrida.

El chico moreno de enfrente, siempre cabizbajo y desaliñado, cuya novia no aguantó más que se pasara el día pegado a la Play Station  y lo dejó plantado en el altar. Las pocas veces que alzaba la mirada, la bajaba casi en el acto al ver cómo ella le observaba… “Tal vez le gusto”, pensaba siempre. “Pobrecito…”. Se bajaba dos paradas antes que ella y siempre, antes de bajar, le echaba la última mirada.

O la jovencita con aspecto turco, muy guapa y muy bien vestida siempre, a la que idolatraba en silencio y cuyos peinados siempre le hacían pensar a qué hora se levantaría para que le diese tiempo a peinarse así. “Qué pereza, con lo importante que es descansar para mantener un rostro joven como el mío”, se decía. En cambio, esta jovencita siempre estaba impecable, a pesar de su desastrosa vida amorosa.

También estaba la mujer rubia que parecía de origen eslavo. No sonreía nunca y tal vez se pasaba el día de casa en casa limpiando la mierda de los demás por cuatro duros. Normal que no le quedasen energías para sonreír. A veces subía con una amiga, bueno amiga por decir algo, porque parecía más bien un transexual venido a menos. Hablaban durante los tres primeros minutos de trayecto y después callaban, seguramente criticándose mutuamente en sus adentros. No bajaban juntas ni siquiera. Parecían no aguantarse la una a la otra.

O aquella mujer cincuentona con su hija adolescente que se avergüenza de tener que compartir trayecto con su madre. Seguramente en casa apenas se hablan, pero en el tren, la madre finge llevarse de maravilla con la niña, notándose a la legua que ésta no quiere saber nada de ella. “¿Qué clase tienes ahora, cariño?”, dice la madre. “¿De verdad te importa?”. En fin, el padre las abandonó hace unos años harto de las exigencias de su mujer, que con la menopausia se estaba volviendo insoportablemente insoportable. Y la hija la culpaba de ello, pues quería haberse ido con su padre.

Y así pasaba los trayectos, observando a la gente de su alrededor, inventándose sus tristes vidas, sin pararse a pensar que, tal vez, los demás pensaban lo mismo de ella… 

martes, 18 de enero de 2011

IDAS DE PELOTA

Tengo que aprender a hacer canelones.
Todas las madres saben hacer canelones y yo, algún día, seré madre y tendré que saber hacer canelones.




Ahora me ha dado de nuevo por el punto de cruz y, en cuanto tenga mi máquina de coser en casa, me pienso poner en serio con la costura.
Quiero aprender a coser. A hacer patrones y poder hacer ropa a las muñecas de mis futuras hijas y de sus amigas.

Aunque pensándolo mejor, me gustaría más volver atrás en el tiempo y ser yo la que juegue a las muñecas con sus amigas y no estar pensando en cosas que quiero hacer para satisfacer a mis futuros retoños...

En fin, idas de olla en una tarde de aburrimiento...

miércoles, 26 de mayo de 2010

TIRORIRO, TIRORIRO

Muchas veces me quejo de que no tengo tiempo para hacer cosas de provecho.
Sin embargo, llevo tres días en el curro sin apenas nada que hacer y en lugar de intentar sacar provecho de esas horas muertas, me paso horas como una tonta mirando cómo se va actualizando el Facebook y viendo cómo los demás sí que parecen dedicar su tiempo en cosas de provecho.
Se me pasan mil cosas por la cabeza que me gustaría hacer:
  • hace un mes, me dio por las oposiciones: Profesora de la Escuela de Idiomas. Como si de una premonición se tratara, salió la convocatoria a la semana de pensarlo... pero me dio pereza.
  • hace unos meses más, me planteé estudiar otra carrera en la UNED: Filología Alemana. Una pena que no estuviera disponible, aunque si lo hubiera estado, dudo mucho que la cosa hubiera cuajado.
  • hace unos días, pensé que este verano, que tendré más tiempo libre, me apuntaré a algún curso de manualidades... Pero seamos realistas, las manualidades y yo somos incompatibles.
Así que ocupo mis horas muertas planteandome cosas que luego nunca llegan a ningún sitio... y que tal vez volverán a aflorar dentro de unos meses, me lo volveré a plantear y lo volveré a desechar...
Para una vez que algo que me planteo, sale adelante (¡presentar una tarta a un concurso de tartas!), viene un coche que me lleva por delante y... ¡adios concurso!

Creo que seguiré asi, perdiendo el tiempo en pensar cosas, pensar no es malo al fin y al cabo.

jueves, 22 de abril de 2010



Me apetece bailar. Andar lentamente hasta el centro de una pista de baile, cerrar los ojos, sentir la música y bailar, sin más.
Será porque hace tiempo que no lo hago...

Por eso mismo, ayer me sentí muy bien. Porque hacía mucho tiempo que un miércoles cualquiera no quedaba con un amigo cualquiera a tomar algo en un bar cualquiera, y después me iba al teatro / cine a ver una obra o peli cualquiera. Saltarme la rutina, porque sí.

¿Qué necesidad tengo de vivir unas pautas marcadas día a día? Sentirme obligada a hacer las cosas no me gusta, y cuando hago las cosas de forma mecánica día tras día, semana tras semanas, entonces me siento obligada. Rutina. Esclavitud a un horario.

Así que esta tarde para seguir saltándome las normas (mis normas, porque no las ha impuesto nadie más que yo) bailaré. Aunque sea en casa, en medio de la cocina con las ventanas abiertas para que entre el sol (si es que se digna a aparecer), BAILARÉ.

lunes, 29 de marzo de 2010

Pequeñas cosas


Hace poco alguien me dijo que lo más importante para que una relación funcione, más que el decir un "te quiero" o dar un beso, es que tu pareja te mire y tu la mires a ella. Al principio lo tomé como un comentario sin más, pero luego decidí ponerlo en práctica. No sólo con mi pareja, sino también con amigos.


El otro día en el metro, intenté ayudar a una chica invidente con la que coincido a diario, ya que bajamos en la misma estación de metro... Pero me sentí muy inutil cuando le dije: "han cambiado las escaleras de subida allí (con su consecuente señalización con el dedo)..." La chica puso cara extraña que yo interpreté como: "pero no ves que soy ciega, ¿dónde se supone que es allí?", pero me equivoqué porque como si pudiese ver mi dedo, tomó la dirección exacta...


Esta chica seguro que no pude mirar a sus serés queridos, pero no por ello les querrá menos. Así que llegué a la conclusión de que lo más importente no es sólo "mirar" a la otra persona, sino todo lo que se esconde detrás de esa mirada: sentir admiración por ella, quedarte boquiabierto cada vez que habla, cuidarle, sentirle,...


Lo más curioso de todo esto es que la persona que me dijo esa frase también era invidente.

martes, 26 de enero de 2010

¿Abandono?

Me ha pasado en más de una ocasión desde que abrí este blog.
A veces pienso: "voy a cerrarlo...", pero luego no lo hago. Ya me pasó con el fotolog, lo cerré, así, sin más y luego me arrepentí. Un día, un arrebato, me cansé... Y yo no suelo cansarme de las cosas con facilidad o al menos de las cosas que no me molestan, pero sí que me canso de las responsabilidades.
Siento que este blog es una responsabilidad y no debería ser así. Por eso, cuando pienso en cerrarlo, me obligo a no hacerlo, porque la finalidad de abrir este blog fue simple y llanamente la de escribir para mí, de vez en cuando y sólo cuando me apetezca, sin obligaciones...
¡Que ya tenemos bastantes obligaciones y responsabilidades en este mundo de adultos como para encima sentirme atada por un blog!
Bueno, hoy quería escribir brevemente, sólo para no sentir que lo tengo abandonado, porque no es así.
Y también quería darle un beso enorme y un abrazo más grande aún a esa gran persona que se fue de viaje hace más de un año, un viaje muuuuy largo, y que mañana cumple 27 años: Miguel Blázquez. ¡Mañana todos pensaremos en tí!

lunes, 2 de noviembre de 2009

Fin de semana

Este fin de semana he tenido una experiencia algo extraña: tener a mis propios padres de invitados en mi propia casa. Y a ellos, sumados mis suegros.
Por primera vez, era yo la que ponía las reglas, era yo la que decía a qué hora se serviría la comida y la que se tenía que levantar a por el segundo plato y a poner la cafetera en el fuego. Sí, estaban bajo mi techo y yo me sentía contenta de poder ser dueña de mis actos (y de los suyos). Se hace raro después de veintipico años viviendo bajo sus órdenes y bajo sus reglas que ahora lleguen a tú casa y no puedan imponerte nada. Hombre, no es que mis padres me hayan impuesto una dictadura durante el tiempo que he vivido con ellos, ni mucho menos, pero la sensación de que las cosas se vuelvan a la inversa es extraña al tiempo que divertida.
Lo que también ha resultado divertido, ha sido comprobar lo diferentes que somos unas familias de otras. Álvaro con sus padres; yo con los míos: dos cuadros totalmente distintos. Hablábamos durante la comida del modo en que ambos matrimonios habían educado a sus sendos hijos: mi hermano y yo, dos personas totalmente diferentes. Álvaro y su hermano, más de lo mismo. Los padres decían que no lo entendían, ya que habíamos recibido la misma educación, pero, ¿acaso sólo influye la educación paternal en el desarrollo de las personas? Fue un debate curioso y enriquecedor, pero sobre todo, me gustó la conclusión a la que llegaron: las buenas personas se acaban juntando con las buenas personas, y por eso yo me junté con Álvaro. ¡Qué van a decir los padres de sus hijos sino que son buenas personas!
En fin, ha sido un fin de semana curioso, pero también muy estresante. Creo que sigo prefiriendo ir de invitada a casa de mis padres y acatar las pocas normas que pueda haber en ella...