lunes, 2 de noviembre de 2009

Fin de semana

Este fin de semana he tenido una experiencia algo extraña: tener a mis propios padres de invitados en mi propia casa. Y a ellos, sumados mis suegros.
Por primera vez, era yo la que ponía las reglas, era yo la que decía a qué hora se serviría la comida y la que se tenía que levantar a por el segundo plato y a poner la cafetera en el fuego. Sí, estaban bajo mi techo y yo me sentía contenta de poder ser dueña de mis actos (y de los suyos). Se hace raro después de veintipico años viviendo bajo sus órdenes y bajo sus reglas que ahora lleguen a tú casa y no puedan imponerte nada. Hombre, no es que mis padres me hayan impuesto una dictadura durante el tiempo que he vivido con ellos, ni mucho menos, pero la sensación de que las cosas se vuelvan a la inversa es extraña al tiempo que divertida.
Lo que también ha resultado divertido, ha sido comprobar lo diferentes que somos unas familias de otras. Álvaro con sus padres; yo con los míos: dos cuadros totalmente distintos. Hablábamos durante la comida del modo en que ambos matrimonios habían educado a sus sendos hijos: mi hermano y yo, dos personas totalmente diferentes. Álvaro y su hermano, más de lo mismo. Los padres decían que no lo entendían, ya que habíamos recibido la misma educación, pero, ¿acaso sólo influye la educación paternal en el desarrollo de las personas? Fue un debate curioso y enriquecedor, pero sobre todo, me gustó la conclusión a la que llegaron: las buenas personas se acaban juntando con las buenas personas, y por eso yo me junté con Álvaro. ¡Qué van a decir los padres de sus hijos sino que son buenas personas!
En fin, ha sido un fin de semana curioso, pero también muy estresante. Creo que sigo prefiriendo ir de invitada a casa de mis padres y acatar las pocas normas que pueda haber en ella...